El error como jugada maestra: ajedrez y la pedagogía del fallo
Cuando el cálculo falla
En ajedrez, el error no siempre nace de la ignorancia, sino de la tensión entre intuición y lógica. A veces, la jugada parece correcta hasta que el tablero responde con crudeza. Es en ese momento donde el jugador se enfrenta a su límite: no técnico, sino emocional. ¿Cómo reaccionamos ante lo que no salió como esperábamos?
El valor de equivocarse a tiempo
Un error temprano puede ser una bendición. Permite reajustar, repensar, aprender. En la vida, como en el ajedrez, los fallos iniciales no definen el resultado, pero sí revelan el carácter. Saber perder una pieza sin perder la cabeza es una forma de madurez. El error, bien leído, se convierte en recurso.
La pedagogía del fallo
Cada partida es una clase silenciosa. El tablero no juzga, pero tampoco perdona. Enseña con precisión quirúrgica. El error no se oculta: se expone, se analiza, se recuerda. Esta pedagogía no humilla, transforma. En ella, el jugador aprende a mirar más allá del movimiento, a entender el porqué detrás del impulso.
El ego como pieza vulnerable
Muchos errores no nacen del desconocimiento, sino del ego. La necesidad de demostrar, de ganar rápido, de no parecer débil. El ajedrez desnuda esa urgencia y la castiga con elegancia. Aprender a perder sin perderse es una de las lecciones más profundas que el juego ofrece.
El error como jugada maestra
Paradójicamente, algunos errores abren caminos inesperados. Obligan a improvisar, a descubrir nuevas líneas, a reinventar la estrategia. En ese sentido, el fallo no es el fin, sino el inicio de una forma más auténtica de jugar. Porque quien no teme equivocarse, juega con libertad.
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